Te da miedo ser animal de rapiña porque volverías al origen. Un origen donde no hay pudor y la bestialidad es parte de tu día en la lucha por sobrevivir a los demás seres vivos. Un origen al que repudias y por eso lo has distorsionado, convirtiéndolo en mera fantasía que apacigua tu asco a ti mismo. Y los orígenes, desde que el cristianismo ganó la tirada, nos asustan.
Te da miedo saberte sangriento, violento, sexual, instintivo, sin esencias, sin metafísicas prometedoras, sin la virtud de la bondad que sí, es bonita, pero no cierta: Nomás no le puede atinar a la época, dónde la guerra predomina los cuerpos, donde la muerte arrasa la esperanza y la sed de venganza es la bandera de todos los pueblos.
Te da miedo volver al espejo y sobornar al animal que encuentras tan parecido a ti, y que no reconoces, pues está maquillado y con traje, corbata de noche, con vestidos o con piel desnuda. Das un paso fijándote en el de atrás y en el de adelante, pretendiendo encontrar un escalón que sostenga tu paso, por el vacío que circunda en tu existencia: te da pavor.
Te da miedo saltar a la nada para que te trague, animal. Te da miedo saberte sin un más allá que le dé chispa a tu más acá, cuando la piel se te cae a pedazos, cuando el calor memoriza tus ganas, y de hambre olvidas a dios. Prefieres no confiar en la suerte, en la circunstancia que toma forma al instante precavido.
Prefieres inventarte otros mundos, huir de tu propia realidad, cuando a mi… me dan miedo ya los propios sueños. Prefieres encontrarte infinito, con la calidez de la eternidad entre tus muslos que habitan perdidos en la conciencia rezagada de tu finitud, de tu mutabilidad, de tu poco tiempo, de tu corta visón. Pobre humano que se cree de sí y del mundo, cuando ni siquiera puede a veces dejar de llorar por ese: el tiempo que murió en algún otro cercano.
Te da miedo saberte sangriento, violento, sexual, instintivo, sin esencias, sin metafísicas prometedoras, sin la virtud de la bondad que sí, es bonita, pero no cierta: Nomás no le puede atinar a la época, dónde la guerra predomina los cuerpos, donde la muerte arrasa la esperanza y la sed de venganza es la bandera de todos los pueblos.
Te da miedo volver al espejo y sobornar al animal que encuentras tan parecido a ti, y que no reconoces, pues está maquillado y con traje, corbata de noche, con vestidos o con piel desnuda. Das un paso fijándote en el de atrás y en el de adelante, pretendiendo encontrar un escalón que sostenga tu paso, por el vacío que circunda en tu existencia: te da pavor.
Te da miedo saltar a la nada para que te trague, animal. Te da miedo saberte sin un más allá que le dé chispa a tu más acá, cuando la piel se te cae a pedazos, cuando el calor memoriza tus ganas, y de hambre olvidas a dios. Prefieres no confiar en la suerte, en la circunstancia que toma forma al instante precavido.
Prefieres inventarte otros mundos, huir de tu propia realidad, cuando a mi… me dan miedo ya los propios sueños. Prefieres encontrarte infinito, con la calidez de la eternidad entre tus muslos que habitan perdidos en la conciencia rezagada de tu finitud, de tu mutabilidad, de tu poco tiempo, de tu corta visón. Pobre humano que se cree de sí y del mundo, cuando ni siquiera puede a veces dejar de llorar por ese: el tiempo que murió en algún otro cercano.
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