No es la historia de un galeno quebrantando las pautas del buen médico hechicero, que teniendo prohibido el irrumpir en las prácticas de las artes oscuras, recurre a la alquimia para transmutar con arsénico la energía que mueve al espíritu de su amada fallecida. De tan feo, no hubo duquesa, villana o esclava que le encontrase el atractivo. No, no trata de eso.
Tampoco de un noble o integrante de la realeza que al no ser le primogénito heredero, trabe el complot que desestabilice los poderes del reino, ultime los personajes que le sean obstáculo y tome posesión sembrando el caos -hoyos negros de la épica poesía antigua- y hundiendo a la nación subordinada ante su megalomanía, hasta que un sobreviviente de la familia real, un jinete desterrado en busca de doncellas y aventuras -con doncellas- o un homúnculo de granjeros y educado por hadas en el bosque, aparezca y le de fin a su tiránica regencia.
Ni de un monarca que despachaba a sus consortes segun el tedio o de su excéntrico hijo que una vez degollados los desertores, les colocaba una calabaza sobre el cuello. Una reina -anteriormente citada- que por aburrimiento acabo con todo el pueblo, invitandolos a cenar a su castillo y liquidandolos uno a uno. Una princesa que puso de pies a la corte, saltando de alcoba en alcoba.
En todo caso, el relato cuenta sobre un vendedor. Los niños le cantaban "Sikeltowenz, eres un desalmado, vendiste a tu madre por ambicioso, y por avaro nadie te quiere". Lo que no saben, es que Sikeltowenz los vendería también a ellos, si alguien pagara un duro por una treta de infantes ruidosos, así como lo hizo con su madre, los restos de su padre, a su mujer que intercambió por oro blanco con un mercader extranjero o a sus propios hijos que los dejó en un circo de deformes por tan solo una monedas conmemorativas.
Tampoco de un noble o integrante de la realeza que al no ser le primogénito heredero, trabe el complot que desestabilice los poderes del reino, ultime los personajes que le sean obstáculo y tome posesión sembrando el caos -hoyos negros de la épica poesía antigua- y hundiendo a la nación subordinada ante su megalomanía, hasta que un sobreviviente de la familia real, un jinete desterrado en busca de doncellas y aventuras -con doncellas- o un homúnculo de granjeros y educado por hadas en el bosque, aparezca y le de fin a su tiránica regencia.
Ni de un monarca que despachaba a sus consortes segun el tedio o de su excéntrico hijo que una vez degollados los desertores, les colocaba una calabaza sobre el cuello. Una reina -anteriormente citada- que por aburrimiento acabo con todo el pueblo, invitandolos a cenar a su castillo y liquidandolos uno a uno. Una princesa que puso de pies a la corte, saltando de alcoba en alcoba.
En todo caso, el relato cuenta sobre un vendedor. Los niños le cantaban "Sikeltowenz, eres un desalmado, vendiste a tu madre por ambicioso, y por avaro nadie te quiere". Lo que no saben, es que Sikeltowenz los vendería también a ellos, si alguien pagara un duro por una treta de infantes ruidosos, así como lo hizo con su madre, los restos de su padre, a su mujer que intercambió por oro blanco con un mercader extranjero o a sus propios hijos que los dejó en un circo de deformes por tan solo una monedas conmemorativas.
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